Durante los últimos meses hemos vivido diferentes tira y afloja en el proceso de profesionalización del fútbol femenino en nuestro país.
Si ha costado tiempo y esfuerzos la firma del convenio del fútbol femenino, cuando ya se había realizado el gran paso, y merecido por supuesto, nos llegó la huelga de arbitras solicitando un incremento de sus retribuciones por partido. En este aspecto, sería conveniente comparar la situación entre las diferentes categorías de nuestro fútbol.
Es cierto que los árbitros de La Liga reciben una retribución de 3.685 euros por partido, muy superior a los 300 euros que cobraban sus homólogas féminas en la temporada 2021/22, siendo lo mismo que en la actualidad cobra un árbitro de la Primera Federación. Para la presente temporada, una árbitra del nuevo fútbol femenino profesional cobrará por encima de 1.650 euros, mientras que cada asistente estará algo por encima de los 1.000 (solventando un problema, y valga decir que debía ser solventado y se debía reconocer su labor, hemos creado otro con los árbitros de la nueva categoría Primera Federación; habrá que ver si también deciden plantarse para reclamar lo que les podría corresponder).
Y para no cerrar un verano de altibajos y noticias continuadas del fútbol femenino, ha llegado la revolución deportiva, con la filtración de mails de un grupo de jugadoras reclamando un cambio en la estrategia y sistema de gestión de nuestra selección femenina absoluta (y, aunque se diga lo contrario, por ende, la salida de su seleccionador). No entraremos en discusiones del fondo de la cuestión y la parte que lleve la razón, pero si en las formas que no pueden ser aceptadas en una de las mayores federaciones de fútbol y referente mundial.
Si queremos ser profesionales, debemos serlo en todos los sentidos y solventar las discrepancias en los despachos y no en los medios de comunicación.
Desde el palco, con Ramon Robert